“Baños Os Saluda”, es la frase que forman
las letras gigantes en la montaña, las mismas que nos reciben por la mañana
junto con una fila interminable de carros a la entrada de la ciudad.
Avanzamos lentamente durante tres horas
antes de llegar a las calles principales. Fueron tres horas adicionales a lo
que normalmente dura el viaje debido a la Caminata de la Fe (una procesión que
los católicos le hacen a la Virgen en Semana Santa).
Aprovecho el día para conocer la ciudad.
Me dirijo al centro, que no está lejos del hostal, y noto que algunas calles
son muy angostas, sólo entra un carro a la vez. Entre sus restaurantes, se
puede ver que la mayoría son de comida italiana, aunque también están los que
ofrecen desayunos y brindan alcohol cuando el sol se va.
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Restaurante en donde almorzamos fettucine. |
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Café Hood, otro gran restaurante. |
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Venta de libros en el Café Hood. |
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La gente puede colgar lo que desee en la pared para adornarla. |
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Preparando la famosa Melcocha, un dulce popular. |
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Dentro de un parque se encuentra el Puente del Amor. |
Por la noche vuelvo a caminar y veo que,
dentro de un restaurante, hay una pareja cantando, el chico toca la guitarra y
también hace de vocalista, la mujer está con una trompeta y, al igual que su
novio, canta. Después, ella va pasando mesa por mesa con su boina en la mano, esperando
que los espectadores le depositen algo de dinero.
Me encuentro con otros músicos nómadas en
un restaurante de la misma calle. Son dos chicos, uno toca la flauta y el otro
hace vibrar los tambores. Ninguno canta, sólo se enfocan en mostrar al público
su melodía indígena.
Camino un poco más, hasta pasar un
parque, y me topo con unas personas que han montado un teatro callejero sobre
la acera. Ellos –dos jóvenes de 28 años aproximadamente– piden dinero antes de
empezar su show.
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Teatro callejero (foto tomada desde el celular). |
Uno de ellos, que viste con ropa de
mujer, dice: “mira pana, sólo te pedimos una monedita antes de empezar, recién
vamos a empezar. Nosotros preferimos quedarnos con 10 que estén dispuestos a
colaborar, en vez de estar con bastantes que no den nada. Nos vamos a quedar
con la gente positiva que no se voltea cuando se les pide una moneda”. Por su
acento, supuse que eran de Guayaquil.
El mismo chico flaco de cabello negro y
largo, continúa hablando, y esta vez se dirige a una persona que está marchándose
del teatro improvisado: “a ti te digo ve, que das la espalda cuando te piden
una moneda, ve, aquí me dieron un dólar, ven toma la moneda”.
Luego le dice a otra persona que también
está yéndose: “no te deseo el mal, pero ojalá que se te metan 10 negros a tu
casa”; aunque sus palabras son fuertes, las dice en tono humorístico, riéndose.
Ninguna de las personas se sintió ofendida, más bien se iban con una risa entre
los dientes.
Sigo recorriendo Baños, y descubro a una
mujer convertida en estatua dorada. Ella permanece completamente inmóvil en el
frío, pero si alguien le deposita una moneda en el tarro que tiene a un
costado, efectúa un movimiento de agradecimiento. Los niños son los más
fascinados, les resulta increíble ver cómo una estatua cobra vida.
A unos metros más adelante, hay otra
estatua –es un robot estatua–. Sus movimientos son más lentos y mecánicos. Hace
un sonido (como el de las máquinas de la película Terminator) cada vez que se mueve
luego de que alguien le deposite una moneda en su balde.
A pesar de que Baños es conocido por su
oferta de deportes extremos, no hicimos ninguno, aunque estuve a punto de
lanzarme del puente –péndulo o puenting se llama ese deporte–, pero el vértigo
me venció.
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Señor apunto de lanzarse. |
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Señor en el aire. |
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La ciudad de Baños. |
***
Antes de dirigirnos a Misahuallí, paramos
en una reserva de animales llamada Yana Cocha, en la provincia de Pastaza. El
sonido de los grillos se escuchaba fuertemente, aún así, no sentí ninguna
picadura de mosquito o de algún insecto, como me habían dicho que sucedería si
iba a la Amazonía. De todas formas me bañé en Detan (el repelente más
conocido).
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Caminando entre la naturaleza. |
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Peces. |
Después de unas pocas horas, llegamos a
Misahuallí –ubicado en la provincia de Napo–. Al caminar por sus calles, creía
estar en la playa; el sol era igual de intenso, sólo que en vez de encontrarme
con el mar, me topé con un gran río. Los monos que saltaban y se paseaban entre
las personas, también me recordaban que esto definitivamente no era la playa.
Los monos eran la atracción de todos los
turistas que nos encontrábamos en ese momento. Cámaras por todos lados. Niños
acercándoseles felices y con cierto miedo. Y al parecer se sintieron tanto en
confianza, que no tuvieron vergüenza de entrar al restaurante en que estábamos,
subirse a una mesa que ya la habían desocupado y robarse un trozo de comida.
Pensé que buscaban restos del plato Maito (un plato típico de la zona que se lo
sirve envuelto en una hoja), pero husmearon en una sopa.
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Los monitos. |
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El pescado Maito. |
La gente reía por la actuación del
animal. Sin embargo, pude percatarme de que uno de los dos monos tenía heridas
en la cara, supuse que no siempre eran bien recibidos en los restaurantes;
quizás los dueños los espantaban a escobazos.
El clima es impredecible. Después del mortal
calor, cayó una fuerte lluvia acompañada con un poco de viento. Mientras el
agua caía sobre nosotros sin piedad, decidimos pasear en bote por el río
Misahuallí. En ese momento la lluvia cesó, y ahora sobre nuestros rostros
salpicaba agua dulce.
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Río Misahuallí. |
En la carretera, antes de regresar a
Baños, visitamos la cascada de Latas. La entrada costaba $1,50 y $2,00 para
extranjeros. El recorrido dura 20 minutos aproximadamente y se lo realiza a pie
entre árboles gigantes y –en caso que llueva– sobre un suelo lodoso, lo que
dificulta subir si no se cuenta con unas botas de goma especiales para estos
terrenos. Al llegar a estas cascadas, te encuentras con toboganes naturales.
Continuamos ascendiendo por el sendero
para conocer la cascada de Umbuni. El tiempo que demoramos en llegar –con mucha
dificultad–, resultó ser de una hora; pero admirar tanta belleza natural al
final, fue más que una gran recompensa.
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Cascada de Umbuni (foto tomada de viajeros.com). |
El sonido infinito de la cascada, el
golpe del agua sobre tu espalda, el poder sumergirte y nadar en ella, toda esa
majestuosidad que se encuentra escondida de la caótica civilización del hombre,
te hace olvidar el estrés de la vida cotidiana. Te desprende de la rutina. Te
conecta directamente con la naturaleza. Valió el sacrificio por conocer estas
cascadas, valió subir por el arduo camino, hundirme en el lodo y cortarme en la
mano.
Fotografía: Andrea Gavilanes Aguilera
Que buen reportaje y lindas fotos, tengo una deuda conmigo misma de no conocer el Oriente, hay que conocer nuestro pais, y disfrutar de la naturaleza, y de los deportes extremos, que te hacen sentir vivo !!, no dejes que el vertigo te gane la proxima vez.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Tienes razón, debemos de conocer todos los rincones que tiene el Ecuador. Y la próxima vez me lanzaré sin pensarlo dos veces.
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