Cuando menos te lo esperas


Mientras conducía iba con la mano derecha en el volante y la izquierda en el celular. Burló a un vigilante de tránsito, rebasó en curva y eludió a otro oficial, ambos lo observaron fijamente sin hacer nada, parecían principiantes que trataban de lidiar con el tráfico de la noche.

Del otro lado de la línea se escuchaba una voz temblorosa de hombre, cuyas palabras parecían estar pidiendo disculpas.

–A mí no me interesa quién sea ese hijo de su madre –dijo con tono enojado el taxista–, yo hice el negocio contigo, si ese hijueputa no quiere pagar, es tu problema.
–Sí yo sé, pero es que él trabaja en...
–Me vale mierda, la otra semana tengo que pagar la escuela de mis hijos, así que nomás complétame los cincuenta diarios para tener las doscientas gambas el viernes.

El taxista se detuvo en una luz roja, aún con el celular pegado al oído y la mano derecha en el timón; de repente, su ventanilla recibió dos pequeños golpes. Era un vigilante trepado en su motoneta.

–Mi sub, ¿cómo está? Dígame, ¿en qué le puedo ayudar? Justo ahoritita me acababan de llamar –le dijo entre asustado y decidido.

–Ahórrese el discurso y ayúdeme con su licencia y la matrícula del vehículo por favor, tenga la bondad –le ordenó con voz firme, y al ver el nombre que estaba escrito en la licencia caducada del taxista, el vigilante levantó la mirada, movió ligeramente la cabeza de arriba a abajo, y estiró el brazo hacia la ventanilla del auto, al tiempo que decía: "Tome, váyase nomás, con esto quedamos a mano, ya no le debo nada, y hágame un favor, nunca más vuelva a llamarme hijueputa".

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