Senderismo en el Cerro Paraíso


"Cuidado, por aquí hay culebras pequeñas", "Agárrense de las ramas para que no se resbalen", con estos consejos no se empieza un domingo. El último día de la semana es para descansar y levantarse al medio día. Sólo la gente mayor decide madrugar, a menos que haya un evento importante, como sucedió en mi caso.

Ocho de la mañana. Escucho un despertador y mi sueño culmina. Mi novia se alista para ir a plantar árboles al cerro, la idea me parece interesante y decido acompañarla a pesar de ser domingo. Nunca imaginé lo que me esperaría más adelante: un encuentro tan cercano y libre con la naturaleza, un estado de conexión puro.

Era la inauguración del nuevo vivero de Árboles sin Fronteras (organización encargada de reforestar con árboles autóctonos de nuestra región) que se encuentra en el Bosque Seco Protector Paraíso, más conocido como el cerro Paraíso.


Plantando un Ceibo.
  
Empieza el ascenso

Una de las actividades consistía en realizar senderismo. "Es sólo 15 minutos", dijo Nati, representante de la organización en el Ecuador, cuya finalidad es convertir este lugar en un pulmón de Guayaquil. Éramos un grupo de casi 20 personas, entre niños, adultos, jóvenes y dos perros.

Al principio subir fue fácil, sólo se tenía que caminar por un sendero ya trazado, pero luego empezó a complicarse, en especial para los más pequeños. Había que arrastrase, ascender gateando, cogerse de las ramas y tratar de pegar los pies en la tierra para no resbalar.

El agua era escasa, pocos llevaron botellas. Mis manos estaban cubiertas de tierra, pero eso no impidió que agarrase el celular y sacara algunas fotos del paisaje. Desde esa altura había una vista impresionante de la ciudad, a medida que íbamos subiendo, varios de nosotros nos deteníamos a contemplar el panorama.

Luego de más de media hora llegamos a la cima. Descansamos, nos sentamos, compartimos la poca agua que había, apreciamos el enorme espectáculo (Guayaquil en miniatura) y una chica empezó a cantar acompañada con su guitarra. Seguimos caminando por el cerro, sobrepasando ramas con espinas y sacando fotos a cada paso.

Subiendo.





En la cima.

Avanzamos hasta encontrarnos en un lugar que parecía onírico por el efecto que provocaban las semillas de bototillo regadas en el suelo. Nos detuvimos un rato, "si te vas largo por allá, llegas al –colegio– Javier", dijo Miguel, guía del recorrido y miembro activo de Cerros Vivos, agrupación dedicada a conservar la naturaleza en el cerro Paraíso.

En ese momento recordé la vez que subí al cerro por el lado del colegio Javier con un grupo de amigos en el 2002, también habíamos alcanzado la cima, y gracias a Miguel, me di cuenta que estaba a una hora de distancia de aquel lugar insólito que conocí a los 13 años.

Se trataba de un círculo formado con grandes árboles que tenían ramas arqueadas entre cada uno de ellos; había que pasar por debajo de los arcos improvisados para ingresar a este rincón aparentemente sagrado. El guía dijo que ese sitio aún seguía igual, pero se sorprendió cuando le comenté que en mi excursión, había visto con mis amigos una camisa polo blanca y un par de zapatos viejos de color negro colgando de un árbol.

Un carro incinerado en medio del monte fue otra extrañeza durante mi primera excursión, Miguel también lo había visto tiempo atrás y dijo que era un Jeep que perteneció al ejército que ocupaba el cerro antiguamente.

A lo largo de la caminata no nos encontramos con nada misterioso, todo el entorno era naturaleza, calma, pureza y paisajes. Luego de conversar y descansar un poco, emprendimos el descenso por unas rocas grandes que formaban una cascada, en esta ocasión se encontraba vacía, pero nos dijeron que en invierno el agua fluye hermosamente.

Del mismo modo que la subida, tuvimos precaución para bajar; había que agarrarse fuerte, pisar correctamente y saltar –en caso de acelerar el paso– de manera precisa, escogiendo siempre la senda menos compleja. El trayecto duró otros 30 minutos y, aunque no fue tan complicado, al final todos terminamos agotados y sedientos.

Lugar onírico.



Descenso.


Planta singular.

Insecto único.




Fin de la cascada.

La realidad

Es impresionante la experiencia que nos brinda esta montaña situada en plena ciudad, lo lamentable es que, hoy en día, el cerro –Bosque Protector Paraíso– corre peligro de desaparecer gracias a las canteras que extraen gigantescos montículos de tierra, a pesar de que existe una ley que lo prohíbe.

Los moradores de la ciudadela (la mayoría miembros de Cerros Vivos) luchan constantemente para que este problema acabe, su objetivo es que las personas conozcan este lugar, sepan de la maravilla natural que se encuentra cerca de sus casas, las actividades que se pueden realizar sin salir de Guayaquil; un paseo a través de los árboles, una aventura de fin de semana.

Fotografías por Andrea Gavilanes

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