Padre, vengo a confesarle que no me gusta el fútbol


Sí, es raro, realmente no me gusta este deporte. Quizás me interesó hasta los 10 o 12 años; incluso llegué a estar en una escuela de fútbol en la que terminé saliendo con diploma y una copa pequeña, luego de eso, nunca más volví a comprar una pelota.

En el colegio era obligación estar en un equipo de fútbol o mini fútbol y jugar los días sábados. Eso representaba un porcentaje en la nota de la asignatura de Educación Física. Todos disfrutaban, a todos les gustaba patear y revolcarse en la tierra, pero a mí no me interesaba el fútbol. Yo prefería revolcarme mientras hacía skate (patineta) o saltaba en bicicleta. Toda mi niñez y gran parte de mi adolescencia se basó en eso, en hacer otros deportes que no tuvieran nada que ver con patear un balón.

Y ahora, cuando me encuentro en la universidad o en alguna reunión con mis amigos, siempre llega el momento en que el tema central es el fútbol. Es como un ritual que debe realizarse a determinadas horas y con el mismo entusiasmo que muestran los feligreses al ir un domingo a misa. Dialogan y discuten sobre quién va primero, quién lleva más puntos, quién perdió el partido pero años atrás le hizo una goleada al actual campeón, quién es el ídolo, quién es el papá de quien, etc.; cuando empiezan a hablar de esto, simplemente les digo: ¿comenzaron? Y me voy para otro lado en busca de conversaciones sobre las últimas películas en el cine, libros, arte, publicidad, música, ecología, mujeres u otros temas.

Hay ciertas ocasiones en que conozco a una persona y, después de charlar durante largo rato, llegamos a la clásica pregunta guayaca: ¿Eres barcelonista o emeleccista? Ninguno, respondo sin remordimientos; ¿Eres de la liga? Continúa; tampoco, contesto; ¿Entonces? Vuelve a preguntarme intrigada; no me gusta el fútbol, le digo finalmente, e inmediatamente pone cara de asombro mezclado con un poco de repudio. Su gesto me hace pensar que me he transformado en un bicho raro, igual que en el libro La Metamorfosis, de Franz Kafka.

Pero en realidad, este tipo de situaciones no me molesta, ¿qué se puede hacer? Así es el fútbol. Y como dice Kurt Cobain “Ellos se ríen de mí porque soy diferente, yo me río de ellos porque son todos iguales”.

Algunos (en su mayoría adultos) dicen que me ahorro amarguras y disputas tontas entre amigos de distintas hinchadas; por otra parte, hay quienes dicen (gran parte gente de mi edad) que me estoy perdiendo la verdadera pasión de vivir. Pero lo cierto es que, simplemente, el fútbol no es lo mío, no va conmigo. Tampoco es que lo odie, estoy consciente de que, en lo que respecta a publicidad y comunicación, el fútbol mueve mucho dinero, y en mi caso ya he empezado a ganarme unos cuantos dólares gracias a él.

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