Entre malabares y viajes



Es común ver en los semáforos de Guayaquil a una persona montando un show de pocos segundos; hay desde malabaristas con pelotas de tenis hasta acróbatas que caminan por una cuerda floja, atada de un poste a otro. En esta ocasión, mientras miraba por la ventana de la buseta, observé a una simpática artista nómada en uno de los semáforos colocados frente al centro comercial San Marino.

Su espectáculo hizo que me bajara de la 65 (número de la línea del bus), a sabiendas de que me esperaría una puteada por llegar tarde al trabajo. Pero no importó. La miré durante unos minutos mientras ella lanzaba cuatro clavas al aire. Antes que la luz roja cambiara a verde, se acercó a los autos mostrando una gran sonrisa. Algunos la apoyaron con varios centavitos y otros, simplemente, le dijeron: “no tengo nada”.

Como estaba de pie en la vereda, cerca de su mochila y junto a su botella de agua, se dirigió hacia el punto donde me encontraba para descansar y tomar un poco de aire mientras el semáforo continuaba mostrando la luz verde. Fue ahí cuando le dije “hola” y ella, muy carismática, me devolvió el saludo. Por su acento supuse que era de España, quizás de Madrid o Barcelona, pero me declaró que era del pueblo Azpeitia: “Yo nací en Euskal Herria, significa País Vasco en nuestro idioma que es el Euskera”.

El País Vasco está formado por 7 provincias, de las cuales 4 pertenecen legalmente al Estado español y las otras 3 a Francia. En estos momentos se encuentran en conflicto debido a que desean independizarse; por tal motivo es que Sara Carrasco (nombre de la artista nómada) decidió, desde marzo de 2012, emprender un viaje por Latinoamérica.

El primer país que visitó fue Perú, luego llegó a Ecuador y continuó hasta Colombia, pero nuevamente decidió entrar a Ecuador, y ahora pretende subir a Quito, no sin antes darse una vuelta por Montañita.

Sara posee un título universitario, se graduó en Educación Física, pero afirma que no hay trabajo en su país. “Con el semáforo viajo y trabajo mejor”, me dice entre risas mientras juega con las puntas de su cabello, el cual es negro, lacio y lo carga hasta un poco más abajo de los hombros.

Sus ojos son de un tono café muy claro y su tez es como la de una persona latina: bronceada. Su estatura oscila por el metro sesenta y, gracias a que está diariamente bajo el sol, haciendo malabares durante largas horas, disfruta de una delgada contextura.

Cuando partió de Azpeitia no tenía idea de cómo mantener las clavas en el aire sin que se le cayeran al piso, pero dentro de Perú y Ecuador aprendió a realizar malabares; me dice que en estos países existe mucha escuela, que hay gente que enseña en los parques o en cualquier espacio abierto. Ahora es una master con las clavas. “No hay nada mejor en la vida que viajar con algo que te guste hacer”, me cuenta, y creo que tiene toda la razón.

Cuántos de nosotros (me incluyo, junto a los lectores) no quisiéramos salir un día X por la puerta de nuestra casa u oficina, con una mochila y decir: hasta pronto o hasta siempre. Ir a donde nos lleve el destino, cambiar de rumbo sin previo aviso, viajar solo o en grupo, como lo hace Sara, una chica de 22 años que está realizando lo que una vez soñó. “Al principio me daba miedo viajar sola, pero ya no, vas aprendiendo de las buenas y malas experiencias”.

Me siento identificado

Cada vez que conozco a una persona que se dedica a recorrer el mundo, me dan ganas de acompañarla; a veces me pregunto si esto es normal. Es que la curiosidad por conocer nuevas culturas, apreciar nuevos paisajes y vivir tradiciones que hay en otros países, aumenta mis ganas por alzar mi mochila, guardar mi libreta y decir: nos vemos, broder.

Una vez escuché, o leí (no recuerdo bien), que el momento perfecto para viajar es cuando se es joven porque puedes disfrutar y hacer todo lo que quieras. Puede que sea cierto, ya que dentro de un lejano futuro, cuando me haya jubilado, de seguro todos mis ahorros los gastaré en mi mala salud, contaminada por un estilo de vida apresurado que consiste en trabajar mucho y vivir poco, levantarse con la rutina y acostarse con el cansancio.

Así habrá terminado todo; teniendo una vida como la de millones de personas que se dedican a seguir el ritmo de vida que la sociedad impone. Acaso, nunca te has cuestionado si, verdaderamente, ¿te apasiona lo que haces en este momento?

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