Vender justifica los medios

Ingresé y me saludó con un:
–Buenos días joven ¿en qué le puedo ayudar?
–Usted nunca me ha ayudado en nada, así que por favor retírese o calle la boca cuando yo pase por aquí. –Es obvio que esto sólo lo pensé-.

Lo único que hice fue un gesto con mi sombrero para devolverle el saludo a esa pobre vieja sin pantalones que contrataron como administradora de la tienda.

Una vez adentro, mi problema seguía en marcha. La señora administradora no paraba de seguirme e intentaba persuadirme para que vaya a la sección de revistas; cuando sabe perfectamente (porque me ha visto antes) que sólo entro al local para comprar libros.

La ignoré, es muy fácil no prestarle atención a una vieja señora administradora sin pantalones.

Cogí un libro de Charles Dickens y otro de Henry James. Fui a sentarme para leer un poco de cada uno; así decidiría cuál comprar.

La vieja seguía viéndome de lejos, con sus 65 años encima y sin sus pantalones cuando, de repente, apareció su asistente; una medalla de mujer, 25 años, y al igual que su jefa, no cargaba pantalones.

La asistente se acercó a mí y, sin todavía mover sus labios, ya me había persuadido.

Me sonrió y me entregó una revista, dijo que la leyera. En el momento que iba a sentarme, ella me tomó del brazo, y con su cara bronceada y su dedo índice me hizo un gesto de negación.

Yo pensé que me quería decir que necesitaba comprarla antes de abrirla, pero lo que hizo fue una táctica agresiva.

Me echó a un lado y se sentó en la silla. Me observó con uno de esos rostros que sólo se encuentran en la tv a la media noche; en seguida me hizo un llamado con su mismo dedo índice para indicarme que me sentara en sus piernas.

Sus indicaciones fueron claras: lee 15 minutos la revista y después cambiamos de posición.
Imposible olvidar tal escena, ya que pronunció esas palabras con sus labios pegados a mis oídos.

La verdad es que no recuerdo el contenido de la revista. Luego de terminarse los eternos 15 minutos, la asistente me pidió que me levantara, lo hice y ella también lo hizo.

Me agarró de nuevo, esta vez de los hombros y me empujó contra la silla para que cayera sentado.
–¿Listo para leer desde otra posición?

Antes de responderle, me tapó la boca con su mano izquierda, cogió la revista con la derecha y me la puso frente a mi rostro; no pude ver nada más que un gran anuncio, cuyo titular decía: Cambie su posicionamiento actual, antes que este lo cambie a usted.

No entendía nada hasta que despegó su mano de mi boca y apartó la revista de mi cara.
–Son $15.00 USD, el disco con los videos se lo damos en caja –Dijo la vieja administradora. Y esta vez no cargaba ni calzones.

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